Si los mapas de carreteras los hiciera un hongo…viajar de Madrid a Badajoz no sería nada maravilloso. Aunque ese hongo sea el Physarum polycephalum,
un moho mucilaginoso y un organismo que es capaz de encontrar el camino
más corto entre dos puntos de un laberinto cuando tiene el estómago
vacío.
El Physarum es conocido como el “protozoo
ingeniero” y lo utilizan de modelo para los estudios de circulación
ameboide y movilidad celular. Y sólo hay que tentarlo con un buen trozo
de comida, en una placa que emula en miniatura las posiciones de las
ciudades que rodean a un punto, para verlo expandirse.
El moho, en sus ganas de alimentarse, desarrolla una red de túbulos que conecta dichas ciudades de la manera más eficiente,
creando redes óptimas de transporte que reduzcan al mínimo la distancia
de la transferencia de citoplasma, pero que también abarquen el paso
por tantas fuentes de nutrientes como le sea posible.
Idealmente,
los caminos trazados por el hombre debe cumplir los mismos criterios
que los trazados por el hongo gelatinoso: mínima distancia y paso por
grandes urbes. Es la teoría de Andrew Adamatzky, un científico de la Universidad de West England, en Bristol (U.K.), que defiende a capa y espada el uso del Physarum como fiel compañero de los ingenieros de planificación de redes de transporte y comunicación.
Al
parecer, el hongo lo hace más rápido y mejor que otras herramientas de
resolución de problemas utilizadas, que necesitan potentes ordenadores y
complicado software computacional para arrojar buenos resultados que
hagan a las redes ser robustas y blindadas a los fallos.
En estudios anteriores, Adamatzky puso al Physarum
a diseñar los mapas de transportes de EE.UU,, Reino Unido y Países
Bajos, aunque antes había comenzado también con el de Japón. Ahora, se
ha liado la manta a la cabeza y ha encontrado en el mapa de carreteras de la Península Ibérica el mejor de sus regalos,
pues es de los pocos donde la ciudad más grande está en el centro del
mapa, lo que le permite estudiar mejor la radialización del hongo
ingeniero.
En este último estudio, cuyo co-autor es el profesor Ramón Alonso-Sanz, de Agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid, pusieron al moho en el kilómetro cero de la Puerta del Sol. Y llamaron a comer.
Su primer movimiento le llevo hasta Valladolid, donde tras degustar unas migas siguió hacia el norte para llegar a Euskadi a la hora de la cena.
De ahí a Cataluña, para hacerse toda la costa por la Autopista del
Mediterráneo como buen guiri. Cuando el moho terminó su búsqueda, había
formado unas redes similares a las carreteras de España y Portugal.
Pero con una diferencia notable: Madrid y Extremadura se mantuvieron totalmente separadas,
ya que el Physarum hizo en esa distancia el transporte de nutrientes
menos eficiente. También es cierto que no hay ni rastro de la A-1 ni de
parte de la A-6, pero se puede llegar fácil a las ciudades por rutas
alternativas.
¿Significa eso que habría que clausurar la A-5 por
poco optimizada? Tampoco, pues no olvidemos que estamos hablando del
consejo de un ser unicelular. Pero con muy buen ojo, por más que pase el
tiempo y los humanos se hayan desplazado de distintas formas durante
los años.
Los profesores Adamatzky y Alonso Sanz también compararon la red trazada por el Physarum con la red de calzadas romanas en la península hace 2.000 años. De las 11 de las principales calzadas romanas, el moho gelatinoso siguió siete.
Este
hecho no hace sino confirmar una cosa: al final, y por más que pase el
tiempo, no hay tanta diferencia entre lo que piensa un humano con años
de estudio o un trozo de moho sin cerebro: ambos lo único que quieren es
llegar a su destino a tiempo para comer.
¿Queréis verlo en acción?
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